domingo, 27 de abril de 2008

Y ahora hablaré de mí: click! foto!

Llevo bastante tiempo sin actualizar el blog; sin embargo, he pensado que una buena manera de reengarcharme al mundo internauta es hablando de mí. Llevo escribiendo en tercera persona durante años, así que, allá voy: emplearé la primera del singular.


Rozo la treintena y llevo trabajando en un diario de tirada nacional casi ocho años. Se puede decir que he tenido la suerte de haber hecho de todo menos fregar los baños de la empresa, es decir: corregir, picar textos, editar y, sobre todo, redactar. Casi siempre he escrito sobre temas de cultura y moda, tanto en suplementos como en las secciones pertinentes.



Desde hace escasos meses, soy editora gráfica del periódico y trabajo con un magnífico equipo. Puedo afirmar con contundencia que he descubierto, tarde pero a tiempo, la gran importancia de las fotos. Para que entendáis la fuerza de una imagen, os pido que leáis con atención las siguientes líneas. Se trata de una simple anécdota, de ahí que esta vez decida no ilustrar el post. Con vuestra lectura me basta. No os preocupéis, gracias a mi recién nacido ojo gráfico, os regalaré por entregas las mejores fotos que vea.


Mi padre acaba de jubilarse y, entre sus íntimos amigos, conserva uno al que, con ánimo de preservar su intimidad, llamaremos Andrés. Andrés sufrió una desgracia familiar hace casi dos años y pasó de ser un médico reputado a un hombre gris encarcelado en el dolor de su alma. Uno de sus hijos sufrió un grave accidente que le dejó lesiones irreparables de por vida. Andrés no pudo soportar este trago tan amargo, ver cómo su hijo debía renunciar a la libertad física que nos otorga el cuerpo nada más nacer.


Esta dura realidad no hizo más que empezar, ya que el trágico suceso produjo que en Andrés se desencadenara otra patología terrible: Alzheimer. No soy especialista, ni mucho menos, pero supongo que el brutal impacto de la noticia hizo que el cerebro de Andrés recurriera al peor mecanismo de defensa posible para evitar el sufrimiento: una precipitada demencia senil.


En un año, Andrés perdió la sonrisa. Se quedó sin habla. Su mirada estaba vacía. Pero, afortunadamente, algo en él siempre seguiría vivo: la ilusión.

Este verano en Zarauz, mi padre solía llevarse de excursión a Andrés para que éste no perdiera el contacto con la naturaleza ni con el género humano. Sorprendentemente para todos los peregrinos de esas caminatas, Andrés, que era el mayor del grupo, encabezaba las cuestas más empinadas con un vigor físico que bien querría para su hijo. No había manera de pararle.

-¡Andrés! ¡Andrés!, ¡no vayas tan rápido, por favor!, le gritaba mi padre a lo lejos.


Todos temían que Andrés se perdiera entre las frondosas hayas del monte... La situación era cuanto menos preocupante.


Un buen día, a mi padre se le ocurrió 'engañar', por llamarlo de alguna manera, a Andrés para que no fuera tan independiente en sus travesías, poniendo, sin él saberlo, en peligro su propia seguridad y la del resto de excursionistas.

-¡Andrés!, ¡no corras tanto, que nos vamos a hacer una foto!. Probó a decirle mi querido padre.

De pronto, la magia de la fotografía hizo su aparición. Andrés volvió al punto en el que se encontraban sus compañeros de camino, se quitó la gorra y posó con una amplia sonrisa mirando fijamente a la cámara. Su enfermo cerebro no había perdido la ilusión de salir en una foto. Posar, centrarse en el objetivo, sentirse protagonista de un momento inmortal le hacía sentirse prodigioso.

No pretendo lanzar al aire una moraleja, simplemente recordar que de situaciones tristes en la vida se pueden hallar maravillosas lecturas como ésta que protagoniza Andrés. Si de algo estoy convencida es de que el cerebro de Andrés nunca le despojará de su inocencia, de ese dulce e inquebrantable poder del click! foto!




Ah! Dato importante: me llamo Beatriz. Podéis llamarme así o simplemente Jackie, como prefiráis, pero nunca Bea, por favor. Espero que os haya gustado mi texto. Muchas gracias y hasta la semana que viene.